sábado, 2 de mayo de 2015

Evangelio Comentado, “Si me conocierais a mí, conoceríais también a mi Padre.” San Juan 14,7-14.

Libro de los Hechos de los Apóstoles 13,44-52. 
Casi toda la ciudad se reunió el sábado siguiente para escuchar la Palabra de Dios.
Al ver esa multitud, los judíos se llenaron de envidia y con injurias contradecían las palabras de Pablo.
Entonces Pablo y Bernabé, con gran firmeza, dijeron: "A ustedes debíamos anunciar en primer lugar la Palabra de Dios, pero ya que la rechazan y no se consideran dignos de la Vida eterna, nos dirigimos ahora a los paganos.
Así nos ha ordenado el Señor: Yo te he establecido para ser la luz de las naciones, para llevar la salvación hasta los confines de la tierra".
Al oír esto, los paganos, llenos de alegría, alabaron la Palabra de Dios, y todos los que estaban destinados a la Vida eterna abrazaron la fe.
Así la Palabra del Señor se iba extendiendo por toda la región.
Pero los judíos instigaron a unas mujeres piadosas que pertenecían a la aristocracia y a los principales de la ciudad, provocando una persecución contra Pablo y Bernabé, y los echaron de su territorio.
Estos, sacudiendo el polvo de sus pies en señal de protesta contra ellos, se dirigieron a Iconio.
Los discípulos, por su parte, quedaron llenos de alegría y del Espíritu Santo.



Salmo 98(97),1.2-3ab.3cd-4. 
Canten al Señor un canto nuevo,
porque él hizo maravillas:
su mano derecha y su santo brazo
le obtuvieron la victoria.

El Señor manifestó su victoria,
reveló su justicia a los ojos de las naciones:
se acordó de su amor y su fidelidad
en favor del pueblo de Israel.

Los confines de la tierra han contemplado
el triunfo de nuestro Dios.
Aclame al Señor toda la tierra,
prorrumpan en cantos jubilosos.



Evangelio según San Juan 14,7-14.
Jesús dijo a sus discípulos:
"Si ustedes me conocen, conocerán también a mi Padre. Ya desde ahora lo conocen y lo han visto".
Felipe le dijo: "Señor, muéstranos al Padre y eso nos basta".
Jesús le respondió: "Felipe, hace tanto tiempo que estoy con ustedes, ¿y todavía no me conocen? El que me ha visto, ha visto al Padre. ¿Como dices: 'Muéstranos al Padre'?
¿No crees que yo estoy en el Padre y que el Padre está en mí? Las palabras que digo no son mías: el Padre que habita en mí es el que hace las obras.
Créanme: yo estoy en el Padre y el Padre está en mí. Créanlo, al menos, por las obras.
Les aseguro que el que cree en mí hará también las obras que yo hago, y aún mayores, porque yo me voy al Padre."
Y yo haré todo lo que ustedes pidan en mi Nombre, para que el Padre sea glorificado en el Hijo.
Si ustedes me piden algo en mi Nombre, yo lo haré."

“Si me conocierais a mí, conoceríais también a mi Padre.”

    Aquel que dice: “...el Padre está en mí y yo en el Padre” (Jn 10,38) dice también : “Yo he venido de Dios y estoy aquí enviado por él...” (Jn 8,42) ...El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros. (Jn 1,14) Con toda seguridad vive en nosotros por la fe y habita en nuestra memoria, habita en nuestro pensamiento y desciende incluso hasta nuestra imaginación. Antes, efectivamente, ¿qué idea podía el hombre hacerse de Dios sino la de un ídolo fabricado por su propio ingenio? Dios era incomprensible e inaccesible, invisible y perfectamente inalcanzable para el pensamiento. Pero ahora, Dios quiere que se le pueda comprender, que se le pueda ver, que se le pueda tocar y alcanzar con el pensamiento.

    ¿De qué manera? me preguntas. Sin duda alguna, escondido en un pesebre, descansando sobre las rodillas de la Virgen, predicando en la montaña, orando de noche; y no menos, clavado en la cruz, lívido en la muerte, libre entre los muertos y victorioso sobre el infierno. En fin, resucitando el tercer día, mostrando a los apóstoles las llagas de los clavos, signos de su victoria, y, por fin, subiendo ante su mirada, hacia los cielos.

      De todos estos acontecimientos ¿hay uno sólo que deje de suscitar en nosotros un pensamiento verdadero, fervoroso y santo? En cualquiera de ellos que piense, pienso en Dios, y, a través de todo ello, él es mi Dios. Meditar estos acontecimientos es la sabiduría misma...Es la dulzura que María meditaba en su corazón, elevado a las alturas y desde ahí nos la comunica a nosotros.